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Santa Sofía, conocida como Ayasofya por la gente de Estambul, posee una belleza arquitectónica, histórica y cultural única. Un verdadero emblema turco que comenzó como iglesia ortodoxa y se transformó con el tiempo en mezquita y en museo.
En el período bizantino, más precisamente en el siglo 6 , se envía a construir el monumento que hoy conocemos. Fue la tercera iglesia construida en ese lugar y la que definitivamente venía a reemplazar a las anteriores y quedarse para siempre. La obra fue tan ambiciosa que trabajaron en ella más de diez mil obreros.
Dos siglos más adelante, debido a la fuerte influencia del Islam en los emperadores, se quitaron todas las imágenes religiosas de la iglesia. Y fue el mismo Teófilo quien prohibió definitivamente este tipo de expresiones. En su lugar, construyó una puerta de bronce con su monograma en la entrada.
Diferentes terremotos y un incendio causaron graves daños en la edificación. De inmediato se ordenó su reconstrucción y se realizaron algunas modificaciones. En una oportunidad la destrucción fue tan grande que se necesitaron 6 años para su remodelación.
Fueron los cristianos latinos durante la Cuarta Cruzada que saquearon Santa Sofía. Las reliquias obtenidas en este suceso se encuentran hoy distribuidas en diferentes museos. Años más tarde de dio la Ocupación de Constantinopla (hoy Estambul) y la iglesia se convirtió en Catedral.
El imperio romano ganó las tierras en el año 1453 y, una vez más, se tomaron decisiones sobre esta joya de la arquitectura. Pasaría a ser una mezquita y para eso se necesitaron varias transformaciones. Los mosaicos dorados fueron enyesados, se construyeron nuevos candelabros, minaretes de madera, un mihrab y un minhab.
Ya en el siglo XX, el primer Presidente de Turquía dio la orden de convertir a Santa Sofía en un museo. Pisos y mosaicos fueron parte de un proceso de restauración y se les devolvió su apariencia original. Desde ese momento es uno de los edificios más visitados de la ciudad y de país.
El primer impacto es su exterior, su arquitectura y esa imagen que sobresale en las alturas de Estambul. Un símbolo artístico de bizantinos y otomanos digno de apreciar en profundidad, de observar con todos los sentidos, de fotografiar para recordarlo siempre.
En el interior, las emociones afloran sin control alguno. Cada rincón, cada detalle decorativo refleja un significado que movilizan todos los sentidos. Una planta de gran amplitud nos recibe con un juego de luces que solo pueden crear los grandes artistas. Rayos de sol que ingresan por las diversas ventanas y llamas de los innumerables candelabros ofrecen un show incomparable con cualquier otro monumento.
Los colores, los famosos mosaicos bizantinos, sus columnas y la cúpula más representativa de Turquía se presentan imponentes, como inalcanzables. Un conjunto acompañado además por caligrafía cúfica en la que se esconde la historia del Islam. Santa Sofía ofrece una excelente exposición de obras de arte con siglos y siglos de historia.
La segunda plata del Museo mantiene el mismo nivel de elegancia y sorpresa para todos sus visitantes. Quizá el atractivo más relevante de este piso es la tumba de Enrique Dándolo. Sin embargo, no es limitante porque los mosaicos continúan captando la admiración de todos. Personajes de máxima importancia en la vieja Constantinopla, escenas históricas, cultura islámica… se conjugan de manera especial.
El Museo se ubica en la Plaza Sultanahmet y se puede llegar al lugar en el tranvía TI del mismo nombre que la plaza.
Sin ninguna duda te aconsejo visitar el símbolo más famoso de Estambul. Como dato adicional, las entradas suelen tener largas filas de espera, por lo que es necesario ir con tiempo.
Enamorado de los viajes y fotógrafo aficionado. Mi pasión es viajar, pero siempre acompañado de mi cámara. Como unión de estas dos cosas nació Viajeros por el Mundo!
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